jueves, 22 de diciembre de 2011

Quizá El Amor Es Simplemente Esto de Antonio Gala


Quizá el amor es simplemente esto:
entregar una mano a otras dos manos,
olfatear una dorada nuca
y sentir que otro cuerpo nos responde en silencio.

El grito y el dolor se pierden, dejan
sólo las huellas de sus negros rebaños,
y nada más nos queda este presente eterno
de renovarse entre unos brazos

Maquina la frente tortuosos caminos
y el corazón con frecuencia se confunde,
mientras las manos, en su sencillo oficio,
torpes y humildes siempre aciertan.

En medio de la noche alza su queja
el desamado, y a las estrellas mezcla
en su triste destino.
Cuando exhausto baja los ojos, ve otros ojos
que infantiles se miran en los suyos.

Quizá el amor sea simplemente eso:
el gesto de acercarse y olvidarse.
Cada uno permanece siendo él mismo,
pero hay dos cuerpos que se funden.

Qué locura querer forzar un pecho
o una boca sellada.
Cerca del ofuscado, su caricia otro pecho exige,
otros labios, su beso,
su natural deleite otra criatura.

De madrugada, junto al frío,
el insomne contempla sus inusadas manos:
piensa orgulloso que todo allí termina;
por sus sienes las lágrimas resbalan...
Y sin embargo, el amor quizá sea sólo esto:
olvidarse del llanto, dar de beber con gozo
a la boca que nos da, gozosa, su agua;
resignarse a la paz inocente del tigre;
dormirse junto a un cuerpo que se duerme.

Enemigo Intimo

Hay tardes en que todo
huele a enebro quemado
y a tierra prometida.
Tardes en que está cerca el mar y se oye
la voz que dice: "Ven".
Pero algo nos retiene todavía
junto a los otros: el amor, el verbo
transitivo, con su pequeña garra
de lobezno o su esperanza apenas.
No ha llegado el momento. La partida
no puede improvisarse, porque sólo
al final de una savia prolongada,
de una pausada sangre,
brota la espiga desde
la simiente enterrada.

En esas largas
tardes en que se toca casi el mar
y su música, un poco
más y nos bastaría
cerrar los ojos para morir. Viene
de abajo la llamada, del lugar
donde se desmorona la apariencia
del fruto y sólo queda su dulzor.
Pero hemos de aguardar
un tiempo aún: más labios, más caricias,
el amor otra vez, la misma, porque
la vida y el amor transcurren juntos
o son quizá una sola
enfermedad mortal.

Hay tardes de domingo en que se sabe
que algo está consumándose entre el cálido
alborozo del mundo,
y en las que recostar sobre la hierba
la cabeza no es más que un tibio ensayo
de la muerte. Y está
bien todo entonces, y se ordena todo,
y una firme alegría nos inunda
de abril seguro. Vuelven
las estrellas el rostro hacia nosotros
para la despedida.
Dispone un hueco exacto
la tierra. Se percibe
el pulso azul del mar. "Esto era aquello".
Con esmero el olvido ha principiado
su menuda tarea...

Y de repente
busca una boca nuestra boca, y unas
manos oprimen nuestras manos y hay
una amorosa voz
que nos dice: "Despierta.
Estoy yo aquí. Levántate". Y vivimos.


Antonio Gala

La historia del Hombre de jengibre


Érase una vez, unos viejos vivían en una casita vieja en la cima de una colina florida, la cual se rodeaba de huertas doradas, bosques y arroyos. A la vieja le encantaba hornear, y un día decidió hacer un hombre de jingebre. Formó la cabeza y el cuerpo, los brazos y las piernas. Agregó pasas jugosas para los ojos y la boca, y una fila en frente para los botones en su chaqueta. Luego puso un caramelo para la nariz. Al fin, lo puso en el horno.

La cocina se llenó del olor dulce de especias, y cuando el hombre de jingebre estaba crujiente, la vieja abrió la puerta del horno. El hombre de jingebre saltó del horno, y salió corriendo, cantando — ¡Corre, corre, tan pronto como puedas! No puedes alcanzarme. ¡Soy el hombre de jingebre! — La vieja corrió, pero el hombre de jingebre corrió más rápido.

Al correr por las flores y la colina, el hombre de jingebre se encontró con un pato que dijo — ¡Quak, quak! ¡Hueles delicioso! ¡Para, hombre de jingebre! ¡Quiero comerte! — Pero el hombre de jingebre siguió corriendo, cantando — ¡He huido de la vieja y puedo huirte, también! ¡Corre, corre, tan pronto como puedas! No puedes alcanzarme. ¡Soy el hombre de jingebre! — El pato lo persiguió balanceándose, pero el hombre de jingebre corrió más rápido.

Cuando el hombre de jingebre corrió por las huertas doradas, se encontró con un cerdo que cortaba paja. El cerdo dijo— ¡Para, hombre de jingebre! ¡Quiero comerte! — Pero el hombre de jingebre siguió corriendo, cantando— He huido de la vieja y el pato. ¡Puedo huirte, también! ¡Corre, corre, tan pronto como puedas! No puedes alcanzarme. ¡Soy el hombre de jingebre! — El cerdo lo persiguió brincando, pero el hombre de jingebre corrió más rápido.

En la sombra fresca del bosque, un cordero estaba picando hojas. Cuando vio al hombre de jingebre, dijo — ¡Baa, baa! ¡Para, hombre de jingebre! ¡Quiero comerte! — Pero el hombre de jingebre siguió corriendo, cantando— He huido de la vieja y el pato y el cerdo. ¡Puedo huirte, también! ¡Corre, corre, tan pronto como puedas! No puedes alcanzarme. ¡Soy el hombre de jingebre! — El cordero lo persiguió saltando, pero el hombre de jingebre corrió más rápido.

Más allá, el hombre de jingebre podía ver un río ondulante. Miró hacia atrás sobre el hombro y vio a todos los que estaban persiguiéndole. — ¡Paa! ¡Paa! —exclamó la vieja. — ¡Quak! ¡Quak! — graznó el pato. — ¡Oink! ¡Oink! — gruñó el cerdo. — ¡Baa! ¡Baa! — baló el cordero. Pero el hombre de jingebre se rió y continuó hacia el río.

Al lado del rio, vio a un zorro. Cantó al zorro —He huido de la vieja y el pato y el cerdo y el cordero. ¡Puedo huirte, también! ¡Corre, corre, tan pronto como puedas! No puedes alcanzarme. ¡Soy el hombre de jingebre! — Pero el zorro astuto sonrió y dijo —Espera, hombre de jingebre. ¡Soy tu amigo! Te ayudaré a cruzar el río. ¡Échate encima de la cola! — El hombre de jingebre echó un vistazo hacia atrás y vio a la vieja, al pato, al cerdo y al cordero acercándose. Se echó encima de la cola sedosa del zorro, y el zorro salió nadando en el río.

A mitad de camino, el zorro dijo —Hombre de jingebre, el agua es más profunda que pensé. ¡Échate encima de la espalda para que no te mojes! — El hombre de jingebre se echó encima de la espalda del zorro. Después de unas brazadas más, el zorro dijo — Hombre de jingebre, el agua es aun más profunda. ¡Échate encima de la cabeza! — ¡Ja, Ja! — rió el hombre de jingebre. — ¡NUNCA me alcanzarán ahora!

— ¡Tienes la razón! —chilló el zorro. El zorro echó atrás la cabeza, tiró al hombre de jingebre en el aire, y lo dejó caer en la boca. Con un CRUJIDO, CRUJIDO, CRUJIDO fuerte, el zorro comió al hombre de jingebre todo.

La vieja regresó a casa y decidió hornear un pastel de jingebre en su lugar.

La historia del Hombre de jengibre


Érase una vez, unos viejos vivían en una casita vieja en la cima de una colina florida, la cual se rodeaba de huertas doradas, bosques y arroyos. A la vieja le encantaba hornear, y un día decidió hacer un hombre de jingebre. Formó la cabeza y el cuerpo, los brazos y las piernas. Agregó pasas jugosas para los ojos y la boca, y una fila en frente para los botones en su chaqueta. Luego puso un caramelo para la nariz. Al fin, lo puso en el horno.

La cocina se llenó del olor dulce de especias, y cuando el hombre de jingebre estaba crujiente, la vieja abrió la puerta del horno. El hombre de jingebre saltó del horno, y salió corriendo, cantando — ¡Corre, corre, tan pronto como puedas! No puedes alcanzarme. ¡Soy el hombre de jingebre! — La vieja corrió, pero el hombre de jingebre corrió más rápido.

Al correr por las flores y la colina, el hombre de jingebre se encontró con un pato que dijo — ¡Quak, quak! ¡Hueles delicioso! ¡Para, hombre de jingebre! ¡Quiero comerte! — Pero el hombre de jingebre siguió corriendo, cantando — ¡He huido de la vieja y puedo huirte, también! ¡Corre, corre, tan pronto como puedas! No puedes alcanzarme. ¡Soy el hombre de jingebre! — El pato lo persiguió balanceándose, pero el hombre de jingebre corrió más rápido.

Cuando el hombre de jingebre corrió por las huertas doradas, se encontró con un cerdo que cortaba paja. El cerdo dijo— ¡Para, hombre de jingebre! ¡Quiero comerte! — Pero el hombre de jingebre siguió corriendo, cantando— He huido de la vieja y el pato. ¡Puedo huirte, también! ¡Corre, corre, tan pronto como puedas! No puedes alcanzarme. ¡Soy el hombre de jingebre! — El cerdo lo persiguió brincando, pero el hombre de jingebre corrió más rápido.

En la sombra fresca del bosque, un cordero estaba picando hojas. Cuando vio al hombre de jingebre, dijo — ¡Baa, baa! ¡Para, hombre de jingebre! ¡Quiero comerte! — Pero el hombre de jingebre siguió corriendo, cantando— He huido de la vieja y el pato y el cerdo. ¡Puedo huirte, también! ¡Corre, corre, tan pronto como puedas! No puedes alcanzarme. ¡Soy el hombre de jingebre! — El cordero lo persiguió saltando, pero el hombre de jingebre corrió más rápido.

Más allá, el hombre de jingebre podía ver un río ondulante. Miró hacia atrás sobre el hombro y vio a todos los que estaban persiguiéndole. — ¡Paa! ¡Paa! —exclamó la vieja. — ¡Quak! ¡Quak! — graznó el pato. — ¡Oink! ¡Oink! — gruñó el cerdo. — ¡Baa! ¡Baa! — baló el cordero. Pero el hombre de jingebre se rió y continuó hacia el río.

Al lado del rio, vio a un zorro. Cantó al zorro —He huido de la vieja y el pato y el cerdo y el cordero. ¡Puedo huirte, también! ¡Corre, corre, tan pronto como puedas! No puedes alcanzarme. ¡Soy el hombre de jingebre! — Pero el zorro astuto sonrió y dijo —Espera, hombre de jingebre. ¡Soy tu amigo! Te ayudaré a cruzar el río. ¡Échate encima de la cola! — El hombre de jingebre echó un vistazo hacia atrás y vio a la vieja, al pato, al cerdo y al cordero acercándose. Se echó encima de la cola sedosa del zorro, y el zorro salió nadando en el río.

A mitad de camino, el zorro dijo —Hombre de jingebre, el agua es más profunda que pensé. ¡Échate encima de la espalda para que no te mojes! — El hombre de jingebre se echó encima de la espalda del zorro. Después de unas brazadas más, el zorro dijo — Hombre de jingebre, el agua es aun más profunda. ¡Échate encima de la cabeza! — ¡Ja, Ja! — rió el hombre de jingebre. — ¡NUNCA me alcanzarán ahora!

— ¡Tienes la razón! —chilló el zorro. El zorro echó atrás la cabeza, tiró al hombre de jingebre en el aire, y lo dejó caer en la boca. Con un CRUJIDO, CRUJIDO, CRUJIDO fuerte, el zorro comió al hombre de jingebre todo.

La vieja regresó a casa y decidió hornear un pastel de jingebre en su lugar.

viernes, 2 de diciembre de 2011

"Sed prudentes como serpientes y sencillos como palomas" (Mt. 10,16)

Observa la sabiduría que se manifiesta en las palomas, en las flores, en los árboles y en toda la naturaleza. Es la misma sabiduría que hace por nosotros lo que nuestro cerebro es incapaz de hacer: que circule nuestra sangre, que funcione nuestro aparato digestivo, que lata nuestro corazón, que se dilaten nuestros pulmones, que se inmunice nuestro organismo y que curen nuestras heridas, mientras nuestra mente consciente se ocupa de otros asuntos. Esta especie de sabiduría natural es algo que apenas estamos empezando a descubrir en los llamados "pueblos primitivos", tan sencillos y sabios como las palomas.

Nosotros, en cambio, que nos consideramos mas avanzados, hemos desarrollado otra clase de sabiduría, la astucia del cerebro, porque hemos constatado que podemos perfeccionar la naturaleza y procurarnos una seguridad, una protección, una duración de vida, una velocidad y un bienestar insospechados para los pueblos primitivos. todo ello gracias a un cerebro plenamente desarrollado. el desafío que se nos presenta consiste, pues, en recobrar la sencillez y la sabiduría de la paloma sin perder la astucia de nuestro cerebro serpentino.

¿Cómo podemos lograrlo? Comprendiendo algo sumamente importante, a saber, que siempre que nos esforzamos por perfeccionar la naturaleza yendo contra ella, estamos dañándonos a nosotros mismos, porque la naturaleza es nuestro mismo ser. es como si tu mano derecha luchara contra tu mano izquierda, o tu pie derecho pisara tu pie izquierdo: ambas manos o ambos pies saldrían perdiendo y, en lugar de ser creativo y activo y eficaz, te verías encerrado en un permanente conflicto. Así es como está la mayoría de las personas en el mundo. Échales un vistazo: están como muertas, carentes de creatividad, bloqueadas, porque se hallan en conflicto con la naturaleza, tratando de perfeccionarse a base de ir contra las exigencias de la misma. En cualquier conflicto entre la naturaleza y tu cerebro, trata de apoyar a aquella; si la combates, acabará destruyéndote. El secreto, por tanto, consiste en perfeccionar la naturaleza en armonía con ella. Pero ¿cómo puedes alcanzar dicha armonía?

En primer lugar, piensa en un cambio que deseas realizar en tu vida o en tu personalidad. ¿Estás tratando de forzar ese cambio en tu naturaleza a base de esfuerzo y de desear ser algo que tu ego ha proyectado? He aquí la serpiente en pugna con la paloma. ¿O te contentas, por el contrario, con observar, comprender y ser consciente de tu situación y tus problemas actuales, sin forzar las cosas que tu ego desea, dejando que la realidad efectúe los cambios de acuerdo con los planes de la naturaleza y no con tus propios planes? si es así, entonces posees el perfecto equilibrio entre la serpiente y la paloma. Echa, pues, un vistazo a algunos de esos problemas tuyos y de esos cambios que deseas que se produzcan en ti, y observa cuál es tu proceder al respecto. Mira cómo tratas de provocar el cambio - tanto en ti como en los demás- a base de emplear el castigo y la recompensa, la disciplina y el control, la represión y la culpa, la codicia y el orgullo, la ambición y la vanidad..., en lugar de hacerlo mediante la acepción amorosa y la paciencia, la comprensión laboriosa y la consciencia vigilante.

En segundo lugar, piensa en tu cuerpo y compáralo con un animal en su hábitat natural. El animal nunca tiene exceso de peso, y sólo está en tensión antes de luchar o volar. Jamás come ni bebe lo que no es bueno para él. Se ejercita y descansa cuanto necesita. No se expone más ni menos de lo debido a los elementos naturales (el viento, el sol, la lluvia, el frío o el calor). Y ello se debe a que el animal escucha su propio cuerpo y se deja guiar pos la sabiduría del mismo. Compáralo con tu estúpida astucia. Si tu cuerpo pudiera hablar, ¿qué diría? Observa la codicia, la ambición, la vanidad y el deseo de aparentar y de agradar a los demás que te hacen ignorar la voz de tu propio cuerpo, mientras corres tras objetivos que te propone tu ego. Verdaderamente, has perdido la sencillez de la paloma.

En tercer lugar, pregúntate cuál es el contacto que tienes con la naturaleza, con los árboles, la tierra, la hierba, el cielo, el viento, la lluvia, el sol, las flores, las aves y demás animales... ¿Cuál es tu grado de exposición a la naturaleza? ¿Hasta qué punto comulgas con ella, la observas, la contemplas con asombro, te identificas con ella...? Cuando tu cuerpo está demasiado alejado de los elementos, se marchita, se vuelve fofo y frágil, porque ha quedado aislado de su fuerza vital. Cuando estás demasiado alejado de la naturaleza, tu espíritu se seca y muere, porque ha sido violentamente separado de sus raíces.